Hace ya algún tiempo mi hermana me regaló un peluche de Darth Vader. Es un poco una patada en la espinilla porque transforman a un villanazo en un oso amoroso de fieltro negro. En cualquier caso, como la mesa de mi trabajo estaba bastante desangelada lo llevé para tenerlo allí y decorar un poco el entorno.
La ventaja de tener un Darth Vader amoroso en el trabajo es que, aparte de las risas con los compañeros, puedo dárselo a los niños que vienen a hacerse fotos para que se tranquilicen y jueguen un rato con él. Como consecuencia, el Darth Vader ha sido mordido, babeado, tirado, estirado, agitado y zarandeado bastantes veces y otras tantas ha sido lavado.
El caso es que el otro día vino un niño de un par de años y vino hacia mi sitio (seguramente atraído por el resto de juguetes que pueblan mi mesa). Como yo con los niños soy la torpeza personificada voy a mi as en la manga que es el Darth Vader. Lo cojo y empiezo a agitarlo delante del niño y a hacerle tonterías con él. El chaval, mirándome directamente a los ojos (que los tiene ENORMES) y de una forma muy seca y cortante me dijo:
- ¿Qué haces?
Es en ese momento es cuando me sentí un niño mirando a su padre que le observa de forma incomprensible. Bendita infancia.